La GRAMÁTICA DEL TIEmpo

Era un día soleado en la Estación de Esquí de Valdelinares, aunque el estado de las pistas era bastante malo por la falta de nieve, estuve toda la mañana disfrutando de este deporte que me apasiona desde niño. 

Tras un breve descanso, quería aprovechar el día al máximo, y me dirigí hacia las pistas de nuevo. El tiempo apremiaba, pronto cerrarían la estación, así que decidí hacer una última bajada.

Me dirigí hacia un “fuera-pista”, con una pendiente muy pronunciada. El descenso fue vertiginoso, esquivando zonas sin nieve y realizando algunos saltos. Estaba disfrutando. Pero…, no sé muy bien si fue por el cansancio, la velocidad, el mal estado de la pista o, seguramente, la conjunción de todo eso, saltó por el aire uno de mis esquís y en décimas de segundo estaba rodando por la nieve. 

 

Tirado en el suelo, solo, con un dolor lacerante, me levanté como pude, me volví a ajustar de nuevo el esquí y bajé lentamente hasta la zona de remontes (hasta yo mismo todavía me sorprendo de que llegara consciente). Subí con esfuerzo en un telesilla y una vez arriba me trasladaron al Centro Médico. Tenía un codo destrozado.

A partir de ese momento comenzó un largo calvario. Dolor, operaciones, cicatrices, rehabilitación, etc., que solo el tiempo me ayudará a olvidar. Ese día fue un punto de inflexión en mi vida, tanto físicamente, como en la forma en la que veo las cosas. Entre ellas, el tiempo.

 

Todavía guardo en mi memoria el momento de la caída. En ese instante iba con música en los cascos, y muy poco después, tirado en la pista y con el codo roto, escuché que la canción que había puesto previamente en el telesilla seguía sonando. Esto me hizo pensar. Una duda se pasó por mi cabeza: 

 

“¿la música seguiría sonando aunque yo me hubiera matado?”